La noticia de la suerte de la familia Abendis llegó a casa
de Aubrey sin causar la más mínima conmoción. Se los llevaron miembros de la SS
en plena noche sin levantar demasiado revuelo. Tres gritos, dos cristales rotos
y un disparo, esos eran los números.
No hubo lágrimas en Aubrey -la hija mayor de los Becher- al recibir la noticia, ya no le quedaban. Demasiadas
familias conocidas habían corrido la misma suerte en los últimos meses. Una
trágica suerte de la que ella se sabía exenta, gracias al cargo que su padre
ostentaba en el partido y a su muy demostrada catolicidad a lo largo de 5
generaciones.
Los Bechers pertenecían a la clase dominante sí, pero nunca
lo hicieron por convicción, ya pertenecían al partido Nacional Socialista antes
de su desvirtuación, y cuando empezaron los brazaletes, los desfiles y el odio,
creyeron que ya solo les quedaba el miedo y la culpa, mezclados a partes iguales. Culpa por haberle
dado alas al monstruo y miedo por todo acto que pudiera disgustarlo.
El miedo y la culpa son dos sentimientos muy poderosos, pero
aun más fuerte era la determinación de Aubrey por contribuir a corregir la abominable
situación de la que en parte se sentía responsable.
Por eso aquella
mañana del 15 de Julio en vez de llorar, se metió en la bañera llena de leche
hasta que su piel se volvió tan blanca como ella. Con el agua oxigenada con la
que curaba las heridas de su hermano pequeño, tiñó su melena castaña clara
hasta que se tornó del color de las primeras acacias de la primavera. Y comió
menta hasta que sus ojos se tornaron de su mismo verde. A donde se dirigía no
podía llevarse su apellido, y solo la más caucásica de las apariencias podría
servirle de protección.
Recogió sus pertenencias, el dinero que había conseguido
ahorrar y partió dejando una nota. “No me busquéis, decid que marché a Italia.
Todo saldrá bien”
Y así, Aubrey Becher desapareció para siempre. Aquel mismo
día los Aliados ingresaron a un nuevo miembro entre sus filas. Una joven nativa
de aspecto frágil, sin preparación alguna pero con férreas convicciones.
Aubrey nunca fue determinante en la Gran Guerra, su nombre
no fue recogido en ningún documento ni recibió jamás ningún reconocimiento.
Pero ayudó; quizá salvó media docena de vidas y quizá con una sola para ella el
riesgo ya mereció la pena.
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